miércoles, 4 de agosto de 2010
Constanza
-Ufff, que mal que huele, este callejón debe estar lleno de meados, seguro que hasta las ratas se pasean durante la noche. Vinga Andreu, que ja hi arribem a l'hotel. Este crío no sé a quién ha salido, no aguanta nada caminando. 2 días en este encantador pueblo y el niño sólo quiere jugar con su maquinita y nada de andar. Y encima este olor a meados, joder. Andreu!!! Aixeca't del terra!!!!. Vinga que et compro un gelat quan arribem a l'hotel.-
Vaya, esta chica aunque no lo parezca tiene su genio. Me recuerda Constanza, pero no a la Constanza Riappa, no aquella era una mojigata sin sangre en sus venas. Me refiero a Constanza Linger. Que tiempos aquellos. Nunca he vuelto a soportar unos pies como los suyos, claro que los botines que llevaba no me permitían notarlos pero era igual, sólo me separaban unos milímetros de ella y además la conocí durante mucho tiempo. Era una mujer de su tiempo y estoy hablando de hace muchos años, el siglo XVIII estaba en su cénit. De baja estatura, cuerpo esbelto, melena azabache, tez morena y un lunar situado en su mentón. Constanza ¿de dónde era? Unos decían que venía del Este, otros que venían del Sur e incluso otros susurraban que del Oeste. Nunca lo supe y a diferencia de otros, no me importaba. Cada vez que posaba sus pies sobre mi sabía que, aunque muy quieto, estaba vivo. Muchos fueron los que pretendieron poseerla, más ninguno pudo ver en su interior. Tenía carácter y sabía desenvolverse en cualquier ambiente.
De día, este era un lugar tranquilo, amable, con sus mercaderes ofreciendo sus mercancías y las mujeres, niños y hombres deambulando de arriba abajo. Y os lo puedo asegurar, sus conversaciones eran de lo más intrascendentes. Quizás fuese el lugar, la ubicación, pero sobre mi nunca escuché ni una palabra de amargura o frustración. De día. De noche era bien distinto. Yo mismo, camuflado y todo, a veces tuve temor. Duelos a espada y a pistolas, dagas y cuchillos, sangre y gritos, peleas y pérdida del honor. Más de una vez las autoridades se presentaban y tuve que hacer de tripas corazón para no delatar mi presencia. Pero quién iba a creerme. Tuve que aguantar chanzas, injusticias e incluso un conato de llamémosle traslado forzoso. En fin, todo ello no era suficiente para que Constanza no siguiese posando sus pies sobre mí. No entiendo cómo una mujer como ella se atrevía a recorrer de noche este viejo lugar. Quizás su minúscula pistola y su pinza metálica para amarrar su cabello le salvaguardaban de cualquier imprevisto. Recuerdo una vez que citó, justo aquí, sí aquí en el primer escalón que podéis ver, a Janko Stoliack. Un bribón de mucho cuidado que mantenía o mejor dicho, que esclavizaba a unas muchachas oriundas del nilo. Constanza hablaba muchas lenguas, pero el croata no era su predilecta. Aún así pude discernir en la discusión, o en la pelea según observaron a la mañana siguiente mis vecinos, un asunto de dinero.
No quiero pensar los motivos que llevaron a Constanza a entablar una "relación" con ese Janko. Lo que sí sé, y puedo dar fe de ello, es que Janko, con todo su curtido cuerpo esculpido a base de peleas, sangró igual que los cerdos que mataban años después al final de mis escaleras, en casa de los Mastrolevick. Constanza lo dejó bien seco, y fue la única vez que posó sus rodillas sobre mí, mientras le pedía prestado a Janko unos papeles que tenía éste en sus bolsillos. Arrodillada frente al cuerpo inerte de ese bribón pude notar al fin, el contacto cálido y placentero de su piel. Aaahh, que maravilloso recuerdo. Que mujer Constanza. ¿Qué sería de ella? Daría cualquier cosa que tuviese por sentirla de nuevo sobre mí.
Vaya, este crío es tan tozudo. Pero creo que el problema son sus sandalias, estoy notando que no apoya bien los pies. Su madre debería darse cuenta. Constanza tenía unos pies perfectos, y unas mano elegantes y ...
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