miércoles, 4 de agosto de 2010

Martita



Martita creció en un ambiente muy liberal, liberal para aquella época. Sus padres se habían trasladado poco después de nacer ella a un edificio cuyos pisos representaban mucho mejor el estatus que su padre acababa de lograr en la empresa. Ingeniero químico de gran valía, el patrón había depositado en él su confianza y la gestión con clientes y proveedores extranjeros. Este hecho hizo del padre de Martita un hombre con una visión de la vida más amplia que el resto de sus amistades. Y esta manera de vivir le fue transmitida a Martita desde pequeña. Martita vivía con su tía la mayor parte del tiempo. Su madre falleció repentinamente y la hermana de ésta se fue a vivir con Martita y su padre al recién estrenado piso. Gracias al nuevo sueldo del padre, pudo cambiar de colegio y abandonar el antiguo centro escolar que regentaban unas monjas clarisas. Su padre, influido por sus viajes y sus contactos en el exterior, la matriculó en una escuela en la que los métodos pedagógicos eran mucho más modernos, lo que hizo de Martita una de las chicas más adelantadas de todo el barrio.
Aún teniendo una educación adelantada respecto a sus amigas, Martita seguía siendo una niña de 11 años.
A Martita el nuevo edificio le fascinaba y mucho más esa gran puerta, la que guardaba sus interioridades y la que le mostraba un mundo por descubrir. Esa puerta que nunca chirriaba gracias a los cuidados de doña Inés, una puerta que a lo largo de los años le guardó sus secretos y le mostró sus deseos. Martita nunca cruzó la puerta corriendo o gritando, siempre la guardó respeto. Sabía que cruzándola, en una u otra dirección, esa puerta estaba a punto de mostrarle alguna cosa importante. Por esa puerta salió una vez Martita para ir a la escuela como una niña, y volvió como una mujer. Por esa misma puerta salió Martita con sus amigas y volvió con el corazón empeñado. Por esa misma puerta, salió Martita vestida de blanco y volvió del brazo de su esposo. Pero en todas esas ocasiones, Martita le mostró respeto y gratitud. Incluso aquel día en que su tía la cruzó por última vez. Al volver, dio las gracias a la puerta por guardar a su tía de lo malo que había fuera.
Martita y la puerta guardaron su amistad durante largo tiempo, tanto que aún ahora una leve sonrisa aparece en la cara de Martita cuando su hijo se queda mirando la puerta embobado. Martita piensa que su hijo es afortunado de poder abrir y cerrar esa puerta. Piensa que esa puerta siempre es el principio y el final, pero también siempre puede ser una cosa u otra según se desee. Sólo hace falta guardarle respeto y saber cuando abrirla y cuando cerrarla.

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